sábado, 2 de diciembre de 2006

esa mujer

La yema del dedo pulgar recorriendo una y otra vez, en círculos, la uña del índice. Como acariciándolo, mimándolo. Para un lado y para el otro. Así se movían los dedos de mi mamá mientras su voz, su mirada o su atención se ocupaban de cualquier otra cosa menos de ese índice y ese pulgar.

En realidad, no eran los movimientos de los dedos de mi mamá. Era el gesto de esa mujer que ella era, más allá de ser mi mamá.

Para un lado y para el otro. Dedos regocijándose en el contacto. Enrollando y desenrollando el enigma de un placer desconocido para mí.

La mujer de ese gesto detenía el tiempo para escuchar una canción capaz de emocionarla. Y era la misma que disfrutaba de esos pocos cigarrillos realmente escogidos en el día. O de un café, sentada en la cocina, cuando recién se levantaba de su infaltable siesta.

Dedos regocijándose, en círculo, para un lado. Y para el otro.

A veces, a ella, en medio de una conversación entre amigos, la mirada le abandonaba el cuerpo. Otras, se quedaba suspendida en el silencio y la soledad de su mundo casero. Y los ojos se le empapaban de nostalgias. Y los labios se le apretaban de tristeza. Y el estar se le llenaba de ausencias.

Enrollando y desenrollando. Como arrumándose, mimándose.

No conocí demasiado a esa mujer, pero era tan distinta a mi mamá. Debo haberme quedado cientos de veces mirándola desde lejos. Intentando no interrumpir ese mundo tan lejano, pero muriéndome de ganas de acercarme y formar parte.

La yema del dedo pulgar recorriendo una y otra vez, en círculos, la uña del índice.
Era tan suyo ese gesto que hubo un tiempo en que intenté copiarlo para parecerme a ella, en alguna época logré olvidarlo para no extrañarla y hoy lo escribo para recordarla.