miércoles, 28 de febrero de 2007

cambios

Cuando algo cambia no se anuncia. Cambia.
Tal vez sí hay indicios previos. Pero lo que digo es que cuando cambia es porque cambió. Porque ya no es como era.
O no se dice igual. O le pasás por al lado sin reconocerlo, cuando antes lo veías a diez cuadras. O ya no te hace sentir lo que sentías.
O suena a otro idioma. O no huele de la misma forma.
O quizás un día te das cuenta que ya no te hace ver lo veías
-o te permite ver lo que no veías-.
Cuando algo cambia no se anuncia. Cambia.
Y, simplemente, ocupa otro lugar.

martes, 27 de febrero de 2007

..

el guardapolvo del primer día de clases. la nieve que no ví caer. la espuma del mar un día de viento. las paredes de la casa de él. el vestido de novia que nunca usé. el barrio antiguo de Córdoba. la sensación antes de dar un examen. la sonrisa de aquel negro -y la planta de sus pies-. el acolchado de mi cama en invierno. un terrón de azúcar antes de tocar el café con leche. las sábanas de la cama donde recuerdo por última vez a papá. la reputación de las antiguas damas. la pureza inventada de otras.
y la luna en medio de la noche más oscura.
y también, de pronto, dar vuelta la página para empezar otra historia.

jueves, 22 de febrero de 2007

despertares

Todos los días se despertaba a la misma hora. Sies-y-veinte.
Y todos los días tardaba cinco minutos en levantarse de la cama.
Hacía años que se despertaba, sola, a esa hora y se levantaba, como una autómata, no más de cinco minutos después.
Desde que vivía sola.
Ya no llevaba la cuenta de la cantidad de años, pero serían unos siete u ocho.
Y no había lunes, viernes o domingo que modificara su despertar.
El día, después, podía ser rutinario o diferente. Alegre o aburrido. Largo o corto. Liviano o cansador. Pero seguro que al día siguiente volvería a despertarse a las seis-y-veinte. Ya lo tenía probado. No fallaba.
No había fiesta la noche anterior, ni anginas, ni nada que pudiera con la apertura de sus ojos a las seis-y-veinte. Y las veces que le preguntaban, o se preguntaba, tenía como respuesta un certero “hay una sola razón: es que me despierto sola”, evitando -claramente- la repregunta o la reflexión.

Ayer se despertó, como todas las mañanas, giró la cabeza buscando el reloj que está en su mesa de luz y no entendió por qué marcaba las once-menos-cuarto.
Se quedó mirando las agujas moverse despacito, cinco, diez minutos, como buscando entender. Y cuando los ojos se le empezaban a cerrar y el sueño estaba a punto de vencerla otra vez, se dio vuelta, lo abrazó, recibió un beso dormido y dulce como respuesta y, abrazados, siguieron durmiendo.

lunes, 19 de febrero de 2007

V - intento

Cuánto hace que no escribo para mí.
Creo que tanto como el tiempo que tardé en reconocer
mis propios pasos dentro de este cuarto,
extranjera en mi propio lugar.

Hoy quise escribir sólo para mí,
y me di cuenta que elijo, para sentarme a hacerlo,
aquel mismo rincón que tanto tiempo evité.
Y acá estoy, sentada de piernas cruzadas en el suelo,
con mi cuaderno y mi lápiz, buscando encontrar las palabras
que sólo yo entienda,
o –por lo menos- que sean escritas para mí.

miércoles, 14 de febrero de 2007

IV - risa

Hoy volví a habitar uno de aquellos rincones en los que ya no reía.
Y reí.
Por un momento pensé en preguntar buscando entender. Pero preferí callar.
Y disfruté mientras me reía -mucho-, como hacía tiempo no me pasaba.

Sé que un día las palabras otra vez van a buscar explicar.
Pero hoy me callé. Y me reí.
Y como si no existiera otro estado,
a carcajadas,
saboreé la fugacidad del reencuentro.