Quieta, muda, estancada. Pero con los ojos abiertos casi sin parpadear de puro ver.
Como hipnotizada.
Veía pasar delante de ella cada uno de los gestos, cada una de las miradas, cada acercamiento. Y cada retirada.
Estuvo así un día, otro, otro y otros más.
Algunas personas cercanas, que lo percibían, ni se animaban a interrogarla. Tal vez por miedo a resquebrajarla y que se derramara todo el dolor de lágrimas que intuían en su interior.
Otros (la mayoría) ni siquiera lo habían notado.
Un día -muchos creen que un día cualquiera, yo sé que no es así- cerró los ojos, dejó de mirar
y habló.
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