jueves, 15 de marzo de 2007

VI - habitar

Entrar, salir, volver a entrar, caminar el lugar, mirarlo de cerca, alejarse, olvidarlo, extrañarlo, volverlo a buscar, entrar...
Tal vez esa sea la mejor forma de habitar cualquier espacio.
Pero ¿por qué a veces algunos se transforman en gigantescos imanes capaces de tenerte ahí, pegado, pegoteado, hasta que el rechazo te dispara lejos, como eyectado?
Ya lo sé –y quizás vos también, porque no voy a decirte nada que no conozcamos todos, de alguna forma– entrar, salir, volver a entrar, es lo que más nos cuesta conseguir.
Porque cuando estás adentro y te reís, buscás prolongar la risa hasta lo imposible. Y cuando estás afuera y respirás aliviado, darías vuelta la cabeza y dejarías atrás para siempre aquel lugar en el que te asustaste de haber estado.
Y aunque es el mismo espacio, en medio de la risa está lleno de puertas y ventanas -y si no las hay, las dibujás como la princesa con su tiza mágica y salís por ahí hacia el mundo que vos mismo te creaste-.
Y en el hastío, en cambio, es un cubo diminuto, incómodo y oscuro. Impermeable, compacto. Cerrado.
Ya lo sé -y quizás vos también-. No es el espacio.
Somos nosotros, habitándolo.

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