martes, 12 de diciembre de 2006

milonga (fragmento)

Llegó con su pollerita negra, su blusa de encaje y los labios de prolijo rojo. Sola.
Se sentó en la mesa del borde de la pista. Pidió un café y mientras lo esperaba, sacó de su bolso los zapatos negroyblancos. Se los puso, se cruzó de piernas y esperó.
En la pista, el remolino de parejas bailando prometía una buena noche.
Siempre iba sola. Siempre se sentaba en la misma mesa. Siempre esperaba dos o tres tandas para empezar a mirar. Necesitaba romper de a poco con la soledad del afuera antes de ir al abrazo con otro.
Terminó el café y levantó la mirada.
De izquierda a derecha sus ojos fueron deslizándose por todas las mesas sin detenerse en ninguna.
Cuando miró nuevamente su taza vacía, ya tenía bien claro quiénes habían ido y quienes habían faltado a la milonga esa noche.
Al primer intento de cabeceo le pasó la mirada por alto. No quería volver a bailar con él. Estaba claro que sus intenciones distaban mucho de lo que ella estaba dispuesta a darle a cambio. Y otra vez no iba a pasar por el incómodo momento de tener que endurecer el antebrazo y clavarle el codo en las costillas para que entendiera sus diferencias. Era mejor para los dos.
Pidió otro café, dándose la oportunidad de seguir esperando sin tener que salir a bailar con quien no tuviera ganas.
Cruzaron por su cabeza cientos de situaciones de todos estos años de milonga. Esperas. Ansiedades. Hartazgos. Ilusiones. Desencantos. Encuentros y desencuentros.
En el baile y de los otros.

El tango no es amor, es simplemente tango –solía decir una amiga-.

La sustrajo una voz desconocida, invitándola para la siguiente pieza. Aceptó, rehusando fijar sus ojos en los de él, con un gesto tímido, inseguro. No era habitual que la sacaran a bailar hombres que no la conocieran. Ella era una de las mejores bailarinas de tango que frecuentaban el salón. Bastaba verla bailar una vez para darse cuenta. Pero no era atractiva ni sensual como otras mujeres que iban a la milonga.
Se acercó a la pista caminando delante de él, arreglándose con una mano la pollera, mientras con la otra acomodaba el pelo debajo de la hebilla.
Sintió que se sonrojaba mientras los cuerpos se acercaban para unirse en el abrazo y empezar a bailar. Bailaron un tema, empezando a conocerse los tiempos, las distancias y los pasos. Bailaron otro, y otro más.
El olor de su piel empezó a perturbarla...

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